En las próximas entradas me gustaría escribir sobre la ciudad de Nápoles. Trataré brevemente su evolución urbanística, desde su fundación hasta la gran operación de Resaneamiento, utilizando principalmente el libro de Cesare de Seta, en dos primeros artículos y trataré de sacar alguna conclusión a partir de su crecimiento.
La ciudad de Nápoles en la historia.
La cuidad de Nápoles (Neapolis- “ciudad nueva” con respecto a la preexistente Partenope o Peleopolis- “cuidad vieja”) surge en la llanura entre las cadenas montañosas de Campos Flegreos y Vesubio, en la desembocadura del rio Sebeto, protegida por la parte norte y oeste por las cadenas montañosas y por los valles originados por los cauces de sus torrentes y, por el oeste por una región pantanosa. Desde el momento de su fundación, es muy patente la vocación marinera de la ciudad y dado su aislamiento geográfico con respecto a las regiones del interior se comunica a través del mar con otras ciudades portuarias.
Fig. 01 Campos Flegreos y el golfo de Nápoles.
El primer asentamiento dentro del núcleo amurallado se desarrolla según esquema hipodámico de retícula de calles ortogonales. Posteriormente, en la edad romana, cuando la ciudad forma parte del imperio y las murallas ya no son necesarias, la ciudad salta los muros y crece hacia la zona del puerto. La competencia con Pozzuoli, en este periodo, hace que se debilite la función comercial de la ciudad y ésta adquiera un carácter turístico-residencial, por lo que aparece la necesidad de desarrollar ejes de conexión viaria con otras zonas, a lo largo de los cuales surgirá un crecimiento extraurbano intermitente.
En la Edad Media, las zonas de crecimiento más densas se incorporan dentro de las nuevas murallas que se irán ampliando sucesivamente y la ciudad presenta un crecimiento policéntrico desarrollándose, básicamente, en torno a edificios públicos, gubernamentales o infraestructuras de acceso, en contraste con la disposición lineal de la ciudad clásica. A partir del año 1000 se produce un paulatino crecimiento demográfico y el centro urbano se densifica, aunque todavía no hay una distinción clara entre el campo y la ciudad en cuanto a sus componentes estructurales y hay una continuidad económica y social.
Fig. 02 trazado del recinto amurallado y la retícula de cardos y decumanos. Fig. 03 Reconstrucción del antiguo recinto amuralla por B.Capasso
A partir del s. XIV, edificado el centro histórico, la ciudad comienza a proyectarse hacía su territorio, desarrollándose hacía las colinas, con la edificación de claustro de S. Martino y el castillo de Belforte en la colina de S. Erasmo y sobre la región costera occidental de Chiaia.
Las dinastías reales se suceden y la ciudad se embellece progresivamente con construcciones orientadas a glorificar la corona, dejando aparte las necesidades más urgentes de sus habitantes. Se construyen castillos y palacios reales y se perfeccionan sus sistemas de defensa, se abren vías para circulación de la corte, se erguen numerosos monumentos reales.
En el siglo XV se produce un proceso de repoblamiento del centro con palacios de la nobleza debido al gusto creciente por la antigüedad clásica. La población crece y la cuidad se densifica de manera desordenada y espontánea, aunque todavía este crecimiento es absorbido por la zona intramuros. Los edificios se remontan en altura y poco a poco empiezan a edificarse las zonas verdes. En este período ya se empieza a reclamar un reglamento edificatorio que marque las pautas de un crecimiento más orgánico de la cuidad. Cabe mencionar, en este sentido el irrealizado proyecto de Alfonso II de extender la retícula clásica de cardos y decumanos al todo el perímetro de la ciudad amurallada.
Fig. 04 Napoles aragonesa. Grabado, año 1522
Fig. 05 Nápoles, Tavola Strozzi. S. XVI
Finalmente y debido a la acuciante necesidad de dar respuesta al crecimiento poblacional, durante el período del reinado español, don Pedro de Toledo lleva a cabo medidas urbanísticas orientadas a resolver algunos de los principales problemas que afligían a la ciudad, pero que se han revelado insuficientes y la situación se fue agravando aún más (detallaré en la siguiente entrada algunas de estas medidas). La población aumenta y se aglomeran en la ciudad todas las capas sociales. Se traslada, por motivos políticos, la nobleza provincial a la ciudad, la burguesía, los mercaderes y los terratenientes también se concentran en la capital, atraídos por sus servicios, también afluyen a la ciudad la clase baja, huyendo del hambre y de la opresión fiscal de los señores feudales. Como resultado se produce un incremento poblacional, pasando la ciudad de tener 220.000 habitantes a mediados del siglo XVI a unos 450.000 habitantes a comienzos del siglo XVII. La vivienda precaria se convierte en parte del paisaje urbano. Los puestos y mostradores de las tiendas sirven muchas veces de alojamiento durante la noche. Un cronista, al final del s XVII llega a identificar en la plaza del Mercado 151 barracas.
Ante este panorama, y en vista del crecimiento desordenado de la ciudad, el gobierno decide vetar la edificación de nuevas viviendas, primero en el ámbito próximo a la muralla y después en los arrabales. No obstante las reiteradas prohibiciones, la actividad edificatoria sigue creciendo de manera vertiginosa, la fiebre constructora es tan intensa que ni siquiera se respeta el foso del Castel Nuovo, sede de la máxima autoridad de la cuidad, teniendo que añadir un apartado en la renovada prohibición de 1569 de que se derribaran todas aquellas construcciones que no respeten la separación mínima de 200 cañas con los muros del castillo. En la pragmática de 1588 se prohíbe cavar nuevas grutas en las laderas de S. Elmo, que se abrían para sacar toba para utilizarla en la construcción, ya que debido a las numerosas galerías excavadas se temía por la estabilidad de la montaña. Este proceso producirá un crecimiento espontáneo y desorganizado, promovido básicamente por la iniciativa privada, pero que presentará continuidad morfológica y funcional con la ciudad intramuros. La ciudad rebasará el límite de las murallas creciendo en los arrabales mediante los mismos mecanismos de la parte interior.
Fig. 06 muestra la mancha de edificación a mediados del S. XVI después de las iniciativas urbanísticas de don Pedro de Toledo. Fig.07 muestra el desarrollo edificatorio a mediados del S. XVII durante los años del veto a la construcción.
Al problema de la creciente congestión se añade el del establecimiento de muevas órdenes religiosas en la ciudad, hecho que agravará aun más el problema de alojamiento y determinará en gran medida la imagen urbana. La creciente acumulación de propiedades por parte de la iglesia desencadena el proceso de formación de las llamadas “insulae”, donde manzanas enteras ocupadas en la primera mitad del XVI, por jardines, huertos y edificación civil pasan a manos del clero. Estas zonas se densifican y se recluyen en claustros las zonas verdes libres, que anteriormente formaban parte del paisaje urbano. En la ciudad se multiplican los altos y compactos muros de los conventos. El tejido urbano se convierte en una secuencia de blancas paredes, apenas perforadas por pequeñas ventanas. Este proceso llegará a su apogeo en el siglo XVIII concentrándose 2/3 partes de las rentas del reino en manos del clero y 4/5 partes de las posesiones inmobiliarias. A parte de complejos conventuales se construyen numerosas capillas que ocupan partes de las vías públicas. Con este proceso edificatorio que se realiza en su mayoría en el ámbito interior de la muralla, la iglesia demuestra tener el mismo desprecio por los vetos reales que el resto de la población. La cuidad se congestiona y se produce una salida de las autoridades y de la nobleza fuera de la ciudad desarrollándose en este periodo algunas zonas periféricas como los barrios de Chiaia o Posillipo. La densificación tiene un respiro con la llegada de la peste del año 1656 en la que mueren entre 240 y 270 mil habitantes, pero poco a poco se va recuperando con la consiguiente repoblación de la ciudad.
Fig. 08 Nápoles 1653, B. Stopendael. Se puede ver el crecimiento de la ciudad hacia las colinas y el crecimiento residencial extraurbano en la zona de Posilipo.
Esta dinámica de crecimiento de la ciudad cambiará en el siglo XVIII con la supresión de las pragmáticas reales. Aún con la anulación de los vetos, falta una normativa que regule el crecimiento, con lo que la ciudad crece mediante el esquema de la mancha de aceite en función de las necesidades particulares. Así, aparece una falta de unidad del tejido urbano y la imagen dieciochesca de la ciudad es la de frágil unidad compuesta de fragmentos. Este crecimiento fragmentario es acentuado aún más con la aparición de nuevas vías, que se alargan hacia los arrabales de Chiaia y Posillipo. La expansión urbana es más fragmentaria y heterogénea que en el s XVII. Un urbanismo hecho de episodios más o menos importantes.
Como una de las construcciones más importantes de aquel periódo, cabe mencionar el Albergo dei Poveri. Un proyecto faraónico, destinado a albergar a más de 8000 personas, que pretendía ser una ciudad en sí misma, permitiendo desarrollar de manera bastante autónoma la vida en comunidad dentro de sus fronteras. No obstante, a diferencia de proyectos posteriores de este tipo, forma parte de la estructura urbana y está en relación con ésta, ya que se temía que construyendo el edificio en una zona deshabitada, podría convertirse en un gueto. Pero ya no es una relación solo con el pequeño tejido edificatorio vecino, sino con la ciudad entera: con el tejido intrincado del centro, Castel Nuovo, forte de S. Elmo, palacio de Capodimonte, Palacio dei Portici.
El siglo XVIII también está marcado por la supresión paulatina de los privilegios al clero y a la iglesia, tendencia que llevará al principio del s. XIX a la recién restaurada casa de los Borbones a reformar el sistema tributario, apropiándose el estado de impuestos y de algunos de los bienes de las órdenes religiosas. Con esta resolución, grandes zonas del centro de la ciudad pasan al dominio público, pasando estos edificios a alojar ahora servicios comunes, actividades manufactureras, etc.
Fig. 08 Nápoles 1853. Edificios religiosos que se transforman en equipamientos.
Poco a poco la ciudad se abre al territorio. Se abren numerosas vías destinadas principalmente al uso de la Corte (vías hacia Caseta, Capua, Venfaro, Persano- en la época de Carlos de Borbón, reconstrucción de vías hacia Roma, Abruzzo, Molise, Calabria, Pugile- en reinado de Ferdinando IV). Se desarrolla la zona de la playa de Chiaia, que se convierte en un paseo arbolado. Con la llegada de los napoleónicos, más que un programa de obras públicas, se apuesta por establecer un sistema de ejes de posibles áreas de expansión de la ciudad, tratando de superar el sistema montañoso que constreñía a la ciudad.
En la ciudad el crecimiento de la población va acompañado de un caótico desarrollo urbano. Las rentas de las viviendas ocupan lugar cada vez más importante hasta convertirse en uno de los recursos principales de la burguesía napolitana. Lo que llevará a una cada vez mayor fragmentación de la propiedad privada, con fines especulativos y a una densificación en altura del centro de la ciudad.
En cuanto al urbanismo en el siglo XIX se sigue apostando por la construcción de numerosas construcciones destinadas a la corte. Con la restauración de los Borbones continúan muchas de las iniciativas iniciadas en el decenio francés, pero también se producen acciones nuevas que enriquecen el patrimonio urbano con el decoro y la pompa ya característicos de la corona.
La segunda mitad del siglo XIX está marcada, para la ciudad de Nápoles, por la unificación de Italia y consiguiente traslado de capital a Roma. Según Nitti, citado por Cesare de Seta, la cuidad de Nápoles era la más bella de las ciudades marítimas del mediterráneo, pero cuando dejó de ser la capital del reino, no siendo una ciudad industrial, se encontró en una encrucijada: o convertirse en una ciudad industrial, o decaer, decantándose Nápoles, finalmente, por la segunda de estas dos vías.
Aunque ha habido varios intentos de resolver los principales problemas urbanos que asolaban la ciduad, como son los albergues (i fondachi), las condiciones higienico-sanitarias en los barrios pobres, desorden administrativo y la necesidad de acelerar el desarrollo industrial de la ciudad, las cosas no mejoraban y cunado al final del XIX la ciudad es además golpeada por una epidemia de cóler se comienza una vasta operación de destripamiento de gran parte del centro de la ciudad, denominada Risaneamento.
A partir de allí la dinámica cambia y la ciudad empieza a crecer a partir de grandes intervenciones de ampliación y rehabilitación urbana, adquiriendo el carácter metropolitano. La gran operación de Risaneamento, de indudable carácter especulativo, abrirá parte de tejido medieval sobre todo de los barrios situados en la zona sur-oriental de la ciudad antigua. En 1904 se aprueba una ley para activar la economía regional con la definición de dos áreas industriales: una en el extremo oriente, ya existente al menos desde hace un siglo, y otra nueva al occidente, fuera de la ciudad, cerca de la isla de Nisidia, que constriñeron el crecimiento de la ciudad tanto al occidente, como al oriente. Se desarrollan áreas residenciales planificadas soportadas por extensas conexiones viarias. A partir del siglo XIX, poco a poco la ciudad se proyecta a un territorio más amplio, por lo que sería tema de otras reflexiones.